jueves, 12 de enero de 2012

CRONICAS DEL VERANO: LA OLA GIGANTESCA QUE CUBRIO A LA BRISTOL EN MAR DEL PLATA

Por Jose Luis Ponsico
para Agencia Periodistica de Buenos Aires


En 1954, la ciudad balnearia tenía algo más de 200 mil habitantes. La visitaban unos 200 mil turistas. Mar del Plata ardía, al igual que lo hizo en los veranos del ´55 y ´56. Aquél verano vivió una experiencia del Pacífico.
La avenida Constitución, entrada y salida de la ciudad, Ruta 2, ya empezaba a ser el ámbito de la noche del verano marplatense. Nacían las llamadas boites o locales bailables nocturnos como Pancho Freddy o Sunset. Mucho más tarde, Sobremonte, un clásico nocturno.
El balneario, todavía agreste, recién sería conmovido desde los avatares políticos por los cañonazos a la destilería de YPF. A las 7 de la mañana del 16 de setiembre de 1955. La llamada Revolución Libertadora impactaría en el puerto marplatense. Sólo el 10% de residentes era local.
Aquél verano del ´54 pintaba con todo: muchos veraneantes, decenas de espectáculos teatrales con alto voltaje político y triunfalista, el Casino en tiempos de ruleta, punto y banca y de 30 y 40. Una ciudad cosmopolita a la que ya mucha gente la elegía para todo el año.
El 16 de enero, a las 12.30, los niños con sus padres jugaban en la arena con los baldes y las palitas, uno de ellos con los años escriba marplatense, autor de éstas líneas. Las madres se mojaban los pies en la orilla, mientras ellos (los padres) miraban señoritas que recién empezaban a lucir el dos piezas. Las más osadas.
Hoy sería una pequeña rémora del tsunami tailandés. La ola a lo lejos se veía como “una cosa gris oscuro”. Grande y llena de espuma. En instantes pasó por sobre los miles de turistas absortos en la orilla y estalló arriba, casi contra la muralla. Todo duró un minuto y medio. Pero fue casi un terremoto.
Corridas, llantos de niños -no recuerdo el propio-, madres angustiadas, padres sorprendidos, ropa olvidada, lonas mojadas, juguetes enterrados. Un movimiento desordenado de unos 10 mil veraneantes entre turistas y habitantes locales, a pleno rayo del sol… Un camarágrafo hubiera hecho una fortuna. Lo mismo un fotógrafo.
Menos vidas humanas, por fortuna, se llevó todo. O casi todo. Un vecino del escriba, hombre de barrio marplatense, hábil, vivo, muy pícaro él, apareció por la atribulada Playa Bristol una hora después. Durante años el barrio habló de su astucia. No había casi nadie.
Pero el reloj de oro 24 quilates que le regaló a su mujer para los veinte años de casados en aquel entonces, lo distinguió como el mejor del condado, “cosas veredes” de la Perla del Atlántico, luego Ciudad Feliz.
Mar del Plata además del mar, turismo, casino, la pesca, construcción, ofrecía, ése verano del´54, un cine catástrofe: benigno.

No hay comentarios: